Hay muchas pérdidas durante la caótica existencia, pero las
que más pesan son las inconclusas, el extravío de las personas que aun respiran
a lo lejos.
Algunas de estas almas, nos hicieron sentir su palpitar
cerca, casi al punto de hacernos temblar; o nos cubrieron con el rocío de su
llanto, o su risa nos elevó a la estratósfera, o viceversa… y todo ello quedó
en un limbo, un limbo en el que no habitan los seres que quisimos, si no las
ideas que tenemos sobre ellos.
Las únicas cenizas a las que se puede llorar son las que
quedan en nuestra mente.
Aunque la distancia y el tiempo son verdugos acérrimos, la
mente puede ser el Cristo para todos aquellos difuntos en vida.